Beatriz Gimeno (1962) es activista, política y feminista. Su vinculación con el activismo y la política se remonta a la lucha estudiantil en el instituto. Su activismo ha estado centrado, sobre todo, en la defensa de los derechos del colectivo LGTBI+ y de las mujeres. Fue presidenta de, por entonces, la FELGT entre 2003 y 2007, un periodo crucial para el movimiento en España, ya que fue cuando se aprobó la Ley del matrimonio igualitario y Madrid fue elegida como sede del Europride. En 2015 representó a Podemos como diputada en la Asamblea de Madrid y fue responsable de igualdad de Podemos en la Comunidad de Madrid. Entre 2020 y 2021, desempeñó el cargo de directora del Instituto de la Mujer.
¿Cómo recuerdas tus inicios como activista?
Con la emoción que producía que cada paso que se daba, aunque fuera pequeño, tenía mucha significación. Estábamos transformando la sociedad, y se veía. Ahora no es tan sencillo porque ya ha habido muchos cambios, y los de ahora son, necesariamente, más superficiales. La gente ha aceptado ciertos mínimos en términos de derechos LGTBI+. Recuerdo, sobre todo, la sensación de estar cambiando la sociedad y el país como una experiencia llena de emoción.
¿Y tus inicios como política?
En realidad, siempre he estado en política, y aunque no he estado en partidos, siempre he colaborado de una manera u otra. Y es que el activismo es una forma de hacer política y siempre he estado en ella, ya sea en reuniones con partidos o elaborando estrategias políticas. No puedo recordar cuándo empecé exactamente, ya que he estado en política desde el instituto, en los años setenta y ochenta.
Si te refieres a la política institucional, sólo he estado en Podemos. El inicio fue bastante similar al activismo; era prácticamente una continuación de él. Es cierto que luego las cosas han cambiado con el tiempo.
En ocasiones has dicho que Lohana Berkins, activista, abolicionista, trans y comunista, ha sido una de tus referentes. ¿A quién más destacarías como tus referentes? ¿Por qué?
No suelo tener referentes actuales. Mis referentes son literarios. Vivo en gran medida inmersa en mi propio mundo y tengo pocos referentes más allá, no estoy muy pendiente de la actualidad. Sin embargo, Lohana Berkins me impresionó mucho. También encuentro referentes en mujeres socialista de principios del siglo XX, como Rosa Luxemburgo y Alexandra Kollontai, y somos herederas de su pensamiento y práctica política. Son referentes que han cambiado la manera de pensar del resto de las mujeres. Personalmente, siempre vinculo mis referentes al socialismo. También Petra K. Kelly, la fundadora de Los Verdes, y Simone de Beauvoir también es otra de mis referentes por su estilo de vida.
¿Qué vinculación crees que existe entre el activismo y la política?
No son mundos separados. El activismo es una forma de hacer política, y aunque no sea política de partido, sigue siendo política. Cuando participaba en el activismo, manteníamos una estrecha relación con los partidos porque, al final, son tanto la sociedad, con la presión que ejerce, como los partidos, quienes modifican las leyes, aprueban programas y asignan presupuestos. No nos podemos mantener al margen de los partidos si queremos cambiar la sociedad.
Evidentemente no es lo mismo, aunque ambas son formas de hacer política. En los partidos tienes que controlarte más y se te exige lealtad a unas ideas y, sobre todo, a unas siglas. En el activismo la lealtad se exige a unas ideas y, por lo tanto, es más sencillo. Evidentemente sé qué siglas se ajustan más a mis ideas, pero siempre puede haber diferencias, por eso me cuesta más tener lealtad a unas siglas.
Has comentado que hace unos años los cambios eran más visibles. Uno de ellos fue que el 2 de julio de 2005 se aprobó la ley del matrimonio igualitario cuando eras presidenta de la, por entonces, FELGT. Pero, ¿cómo fue todo el proceso?
Fue un proceso de muchos años, muy pensado y planeado. He escrito sobre ello porque la gente tiende a pensar que simplemente sucedió, que la sociedad progresa de manera inevitable. Sin embargo, estamos viendo que la sociedad va para adelante o para atrás, así que no era tan inevitable.
Nos unimos un grupo de gente que, en aquel momento, nos llevábamos bien, hicimos equipo y teníamos muy claro cuál era nuestro objetivo: el matrimonio. El matrimonio significaba la igualdad completa ante la ley. Lo conseguimos mediante una mezcla de presión en la calles, presión en las instituciones y presión en los partidos. Además, usamos las estrategias que nos dejaban las convocatorias electorales y conseguimos crear una estrategia que fuera muy útil y que unía la reivindicación del matrimonio con una reivindicación general de los derechos humanos. De alguna manera, conseguimos que todas las personas progresistas, tanto de izquierdas como de derechas, sintieran este avance como propio. No era solo una cuestión de personas LGTBI+, sino un avance que situaba a España a la vanguardia de los derechos, algo de lo que sentirse orgulloso.
Hubo posturas que defendían una ley de parejas frente a la reivindicación del matrimonio. ¿Por qué era -y es- importante esta cuestión simbólica?
En realidad, el matrimonio nos traía la igualdad. Si hay una institución a la que pueden acceder las personas heterosexuales, nosotras también queremos acceder, sin más. Es una institución que la sociedad ofrece y proporciona ciertas ventajas. Puedes estar en contra del matrimonio perfectamente, pero o bien no te casas (porque es voluntario) o bien luchas por acabar con el matrimonio. Pero lo que no tiene mucho sentido es que aceptes que hay instituciones, leyes y ventajas aplicables a personas y familias heterosexuales, pero no a las personas LGTBI+. Además, algunas de estas ventajas son muy importantes para la vida cotidiana, como pagar menos impuestos a veces, cuestiones relacionadas con enfermedades o con los niños y niñas en la familia.
La igualdad es para todas las personas en el mundo. La prueba de que no había una reivindicación de una ley de parejas es que, cuando se aprobó el matrimonio, esa reivindicación desapareció. Nunca he visto una reivindicación de personas hetero y LGTBI+ pidiendo una ley de parejas. Aunque existen leyes de parejas y un registro, no es una reivindicación social importante. Por lo tanto, pretender que fuera la nuestra no era justo.
También habías escrito que fue la unidad del Movimiento LGTBI+ la que permitió que se aprobara la ley del matrimonio igualitario. ¿Cómo de unido está ahora el colectivo?
Creo que en este momento no hay tanta unidad, aunque ante los ataques de la extrema derecha y la derecha, así como las amenazas de retrocesos, volverá a haberla. En los momentos históricos importantes, la unidad es fundamental porque permite a la sociedad y a la clase política identificar las demandas. Si hay muchas demandas o muchos movimientos diciendo cosas diferentes lo que va a ocurrir es que los partidos tienden a privilegiara aquella demanda que les sea más afín aunque no sea la mayoritaria, generalmente la más conservadora.
El hecho de que aglutináramos a todo el movimiento bajo la reivindicación del matrimonio, menos una parte muy pequeña, hizo que la clase política no tuviera más remedio que asumir que esa era la principal reivindicación. Si hubiera habido quienes pedían el matrimonio, otros el matrimonio sin adopción, otros ley de parejas, etc., los políticos habrían aprobado lo que fuera más conservador. Creo que para los cambios importantes, la unidad es importante.
¿Cómo podemos hacer para volver a acercar posturas?
Teniendo en cuenta que políticamente me encuentro en un entorno que aboga mucho por la unidad, para acercar posturas se necesita mucha generosidad, y esto no es algo fácil para nadie. No es que yo sea muy generosa y los demás no. En cualquier partido, cada persona deja mucho de su vida, y renunciar a cosas que consideras importantes, que te han costado mucho y que consideras básicas es muy difícil.
Sin embargo, no puede haber unidad sin generosidad, sin la conciencia de que el objetivo está por encima de los dolores particulares y exige muchas renuncias. Y esto es complicado, porque las renuncias deben coincidir en el tiempo. Si sientes que solo estás renunciando tú, se vuelve imposible. Debe haber la sensación de que todos los actores están renunciando a cosas importantes al mismo tiempo.
Para que esto se produzca, es necesario tener conversaciones, y estas conversaciones se deben producir en persona, no en Twitter. Se tienen que producir muchas conversaciones, la voluntad de reconocer que la unidad es importante, aceptar renuncias. Por lo tanto, se necesita generosidad.
¿Cuáles crees que son los retos más grandes para el movimiento feminista en la actualidad?
Creo que el feminismo tiene que ser capaz de seguir traspasando barreras sociales que se van levantando, explicando al conjunto de la sociedad lo que significa una sociedad feminista. Debe tener una propuesta política que la gente pueda reconocer y desear que se lleve a cabo, que entendamos que todas y todos ganamos con una sociedad feminsita. Al igual que el ecologismo tiene que llegar al conjunto de la sociedad, tenemos que ser capaces de convencer de que una sociedad sin feminismo es una sociedad no democrática y muy desigual. Nos va mucho, nos va la vida en cuidarnos de otra manera, en organizarnos de otra manera, en cuidar al planeta de otra manera. Nos va la vida en ello, y el feminismo nos ofrece maneras teóricas y de luchas que son imprescindibles.
Rompiste un tabú hablando de tu depresión siendo política, y en el artículo te preguntabas si estar deprimida y ser política era incompatible. ¿Lo fue? ¿Qué reacciones encontraste alrededor?
Cuando abrí la puerta y comenté mi situación, encontré mucho apoyo de palabra. Sin embargo, cuando realmente estaba deprimida, no era tanto el apoyo. La política de partidos es un espacio donde no se permiten las debilidades, aunque a veces lo que se llama debilidad es, simplemente, otra manera de entender la política de una forma menos competitiva, menos asesina.
Cuando estaba deprimida, encontré muy pocos apoyos en ese momento. Experimenté burlas y ataques que pretendían aprovechar mi debilidad, porque estaba enferma, para echarme. Pero al escribir un artículo explicando que tenía depresión, recibí palabras de ánimo. En realidad, la política es bastante incompatible con estar deprimida. Esta incompatibilidad no se limita solo a la enfermedad mental, sino también a la enfermedad física. Está relacionada con una manera de ser que se ha fortalecido en la política, donde parece que debes ser muy competitivo y tener un tipo de instinto asesino para sobrevivir, para eliminar a las personas que crees que te pueden molestar. Yo no soy nada competitiva, lo cual también me ha generado muchos problemas. Por lo tanto, cuando lo escribí, recibí mucho apoyo, pero en la realidad, cuando simplemente me limitaba a decirlo y a expresarlo, no tuve ese apoyo.
Quizá no tiene sentido cuestionarse si fue antes la depresión o la violencia política. Pero has contado que has sufrido este tipo de violencia. ¿Cómo se vive?
Las mujeres la vivimos especialmente. Creo que es evidente que existe una violencia política contra las mujeres que es bastante particular y que no afecta a los hombres en la misma medida. Además, esta violencia ahora llega a través de las redes y los medios, utilizando antiguas estrategias patriarcales para debilitarnos: amenazas, alusiones sexuales (que no sufren jamás los hombres), comentarios sobre nuestro físico, nuestra salud mental y nuestra supuesta debilidad. Estas críticas no son políticas y los hombres las experimentan en menor medida. Las críticas hacia los hombres pueden ser brutales, pero lo subjetivo suele quedar al margen o protegido, pero para nosotras es una constante.
Te vas a encontrar que te llamen «fea», «guarra», «puta», «te voy a violar», y alusiones sexuales constantes. También comentarios como «estás deprimida» o «resentida porque eres fea» o «eres vieja», y si eres muy joven, te dirán que no sabes nada. Aunque creas que estás preparada, cuando sufres estas agresiones te das cuenta de que no es así, que la intensidad es mayor de lo que imaginabas. Es muy complicado y, vivir con ello cada día es duro. La violencia política contra las mujeres es un problema que enfrentamos en la política actualmente.
La violencia política puede estar formada por discursos de odio. ¿Cuál es su raíz?
La raíz es el odio, pero lo que sucede es que se ha perdido el miedo a expresarlo. El odio hacia las mujeres y el odio hacia las mujeres feministas siempre ha estado presente. El odio hacia personas diferentes también ha existido siempre, es un clásico de cualquier sociedad. Este odio se puede extender hacia los adversarios políticos. La raíz es el odio, y la raíz del odio es el miedo.
Todas las sociedades tienen prejuicios y, en ocasiones, miedo hacia personas que no son como tú, tu familia o tus amigos. Existe miedo hacia las diferencias, ya sea hacia personas racializadas, con discapacidad, LGTBI+, mujeres, entre otros. Ver la diversidad como diferencia radical es la raíz del odio, y esto puede llevar a amenazas y violencia.
¿Cuál es la línea que separa la libertad de expresión de los discursos de odio?
Generalmente, soy bastante contraria a considerar los discursos de odio como delitos de odio. Para mí, son discursos de odio, pero no deben estar penalizados. Siempre he sido muy crítica con la idea de que las opiniones de odio puedan llegar a ser delito, porque nos pueden terminar acusando a nosotras de eso mismo. Digamos que habría “odios” comprensibles o legítimos. Ya ha sucedido, ya se ha acusado a personas por expresar su odio al fascismo, por ejemplo. Creo que odiar al fascismo o la LGTBIfobia es legítimo. Hay que tener mucho cuidado con eso, entender que la libertad de expresión incluye aceptar expresiones que nos puedan parecer de odio e ilegítimas. Esto no quita que debamos denunciarlas públicamente y tomar medidas políticas en contra, sin convertirlas en delito.
¿Qué vinculación tienen con los delitos de odio?
Los delitos de odio beben de los discursos de odio, que hace que la gente se sienta legitimada para agredir. Se ve que las agresiones aumentan a medida que aumentan los discursos de odio. Los delitos de odio se aplican a un grupo vulnerable, ya que agredir a un policía es un delito, pero no un delito de odio, porque un policía no es un grupo vulnerable. Entonces, cuando se produce una agresión a un grupo vulnerable, sí se considera un delito de odio.
Pero eso no significa que debamos convertir en delito los discursos, como he dicho antes. Debemos presionar y denunciar socialmente. Por ejemplo, en Estados Unidos, la lucha contra el racismo no pasó por prohibir ser racista, sino que pasó por convencer a la gente de su ilegitimidad. Lo mismo con la igualdad LGTBI+, no hemos penalizado ser LGTBIfóbico. Ahora, quien expresa estas ideas es muy difícil que sea un cargo público o que esté a cargo de una universidad, o sea una persona socialmente reconocida. Eso no se ha hecho combatiendo con la ley los discursos de odio, sino ilegitimando esas ideas socialmente.