Arantxa Fernández, impulsora de la B en FELGTBI+
¿Cuándo y por qué te iniciaste en el activismo?
Estudié en un colegio de monjas aunque he nacido y me he criado en una casa maravillosamente “anormal”. Recuerdo que con 10 u 11 años, “mi monja” dijo que la homosexualidad era una enfermedad. Entonces, me acordé de unos amigos a quienes había pillado dándose un pico. Mi mente no le había dado importancia a ese hecho hasta que ella dijo que estaban enfermos. Yo no sabía lo que era la homosexualidad hasta ese momento. Entonces, lo que pensé fue “esta tía se está metiendo con una persona a la que quiero” y reaccioné diciendo que cada uno era libre de hacer lo que le daba la gana. Tras mi respuesta, la monja puso los puños sobre la mesa y me preguntó qué había dicho. Imponía bastante porque yo estaba sentada, pero a mí, su actitud me generó el efecto contrario al que ella buscaba. Me levanté para estar a su altura y le repetí “que cada uno en su cama puede hacer lo que quiera”.
Esa fue mi primera acción activista, sin tener ni idea. Años más tarde, con 16 o así, una compañera del colegio me dio las gracias por lo que había dicho aquel día. Resulta que descubrió que era lesbiana y, al parecer, mi frase la había ayudado.
¿Cuándo decidiste unirte a alguna entidad?
Mis padres tenían una casa en una pequeña aldea asturiana. Allí había una pareja de chicas. Nadie decía que eran pareja, tampoco que eran amigas, pero cuando alguien decía el nombre de la una, siempre decía el de la otra. Cuando la que era dueña de la casa murió, en el cementerio, todo el mundo se puso a acompañar a los sobrinos de la fallecida y dejaron sola a la otra mujer. A mí, en ese momento, que ya había empezado una relación con una chica, me dio tanta pena, que me puse a su lado. Había perdido al amor de su vida. Y como los herederos eran los sobrinos, al poco tiempo, esa mujer tuvo que irse a una residencia. Ese fue el detonante por el que me metí en Alega, mi entidad en Cantabria. Era 2003 y se estaba peleando el matrimonio igualitario.
Ahí empezó el activismo, y el activismo bisexual, porque cuando llegué a la entidad, se nombraba a los gais y, de vez en cuando, a las lesbianas. De hecho, me dijeron que yo estaba ahí por mi parte homosexual. Me cabreé tanto que me puse de pie de golpe, empecé a gritar, incluso se cayó la silla en la que estaba sentada y, a raíz de eso, me nominaron como coordinadora del Grupo de Mujeres Lesbianas y Bisexuales de Alega. Tuve que aceptar porque me dijeron que, si no participaba, no podía opinar. Así que acepté la nominación, aunque no estaba preparada, nunca he estado preparada. Y ahí estuve, con todo el follón del matrimonio igualitario con los medios de Cantabria.
¿Cómo era ser bisexual en esa época fuera del colectivo? ¿se podía ser visible?
Yo he sido visible siempre. Para mí fue un respiro encontrar la palabra porque yo era el perro, ya no verde, yo era el perro naranja. El mundo heterosexual en ese momento nos veía como objetos de curiosidad, como un objeto de museo. No ha cambiado mucho. De hecho, los hombres siguen diciendo “ah, mira, un objeto de mi fantasía”. Pero tenía que decidir dónde iba a luchar porque en el mundo homo la cosa no estaba mucho mejor. Y a mí, lo que pensara el mundo hetero no me importaba, lo que yo quería era un espacio seguro. Así, me dediqué a trabajar en el activismo. Me importaba más que nos aceptaran los liberados y avanzados.
Ya eras parte de la, por entonces, FELGT cuando se votó en 2007 incluir dentro de Federación a las personas bisexuales, ¿cómo lo viviste? ¿qué supuso para las personas bisexuales empezar a formar parte de Federación?
Yo formaba parte del grupo joven, pero entrar como sigla suponía conseguir un espacio propio. No fue solo el día de la votación, fueron los meses previos. La B éramos pocos, estábamos dispersos por España y no había WhatsApp. Recuerdo que me gasté 125 euros en teléfono.
Lo pasamos mal, teníamos estudiadas hasta las posiciones en las que nos íbamos a sentar en el Congreso. Ese día, les mandé a todos por mensaje de texto la canción de «A las barricadas«. Estábamos incluidas en grupo joven y de políticas lésbicas y al votarse si se creaba un grupo bi, hubo un intervalo de horas en el que no éramos bienvenidas. Estábamos como los políticos, contando votos.
Hubo alguien que llegó a decir que podíamos ser heterosexuales encubiertos, que “cómo podían saber si éramos de verdad bisexuales”. Como el ataque fue tan fuerte, inclinó la balanza y creo que hizo que toda la gente razonable que se iba a abstener votara a favor. Tras la votación, salí a decir unas palabras, que no me había preparado. Me temblaba la voz, casi lloraba, y recuerdo que les dije que, por fin, iba a tener un voto por lo que era y no se lo iba a quitar a las lesbianas. El momento más bonito fue cuando pusimos la B en el logo del cartel, con bolígrafo.
Ya en Federación, llevaste el área de Políticas Bisexuales desde 2007 durante tres años. ¿Qué retos afrontaste en esos tres años?
Era la primera vez que se hacía todo. Todos los mitos que se siguen trabajando ahora, los sacamos nosotras. En 2008, fue la primera vez que se celebró el 23 de septiembre, Día de la Visibilidad Bisexual. Fue la primera vez que se habló de nosotras en medios de comunicación. Desde el grupo, mandamos una circular a todos los colectivos para que hicieran algo ese día.
Propusimos hacer cinefórum, que compraran la bandera bi, que nadie conocía, y que explicaran qué es la bandera. Que hicieran un picnic-bi, cosas así, para que cada entidad lo trabajara como quisiera. Y en Arcópoli, en Madrid, hicieron globos con la bandera Bi y pusieron un puesto en el que repartíamos carne y pescado en la plaza de Callao. La gente tenía que escoger porque no se podía coger de las dos cosas. Y con esa acción, empezaron a llamarnos medios de comunicación. Para mí fue surrealista tener tanta presencia mediática.
Me he tomado la libertad de coger una frase tuya: «con la ley trans del 2007 aprendimos que la T y la B tienen mucho más en común de lo que en principio parece». ¿Puedes explicar por qué?
Nuestra relación con la T es muy anterior a la ley de 2007, viene de los encuentros estatales de Salamanca. Recuerdo que, cuando en 2003 se preparó el manifiesto para el Orgullo, al leerse en alto, yo iba contando las veces que se nombraba a la B y al terminar, pedí que se la incluyera en igualdad de condiciones al resto de letras. Resulta que Rebeca, del Grupo Trans, hizo lo mismo, también había ido contando. La B tiene muchas intersecciones, es la letra disidente, por definición, y siempre hemos tenido en el grupo a personas TB. En el primer argumentario, ya hablamos de identidad de género. La T rompe la dicotomía en género y la B rompe la dicotomía en orientación. Nos pasaban las mismas cosas, era sencillo ser aliadas de la T.
¿Has sufrido algún episodio de bifobia?
Cuando yo tenía pareja chico, me decían: «No le digas a todo el mundo que eres bisexual, ¿qué van a pensar sus amigos?”. Pero cuando tuve una pareja chica, me dijeron la misma frase, algo que me chocó horriblemente. Es raro que las personas bisexuales suframos una agresión física al grito de “bisexual”, como pasa con “maricón” o “bollera”, porque somos sumamente invisibles, esa es la primera violencia. Hace que creemos mitos y desarrollemos bifobia interiorizada, que es lo peor que te puede pasar. Además, no tenemos referentes.
El episodio más cercano a la violencia física que he vivido fue un día, en Gran Vía. Iba con mi mujer y un tipo me golpeó con el hombro al pasar y me dijo: «lesbiana de mierda». Yo me giré y le contesté, «habla con propiedad, que soy bisexual». El tipo se quedó clavado en la calle, creo que no esperaba una respuesta. Yo fui directa hacia él a entablar una conversación, para explicarle, pero mi mujer tiró de mí porque veía que al final íbamos a terminar a golpes.
Lo que hacen es machacarnos psicológicamente. “Tienes que escoger, eres un inmaduro, no sabes quién eres, ya se te pasará”. Todo eso hace mella. Yo no sabía lo que era la bifobia hasta que se declaró el 17 de mayo. En ese momento, se debatía si incluir o no la transfobia y a mi me sirvió para pensar en si había un día de la bifobia.
Cuando empecé a buscar las bifobias, me di cuenta de que las había estado sufriendo, sin saberlo. Menos mal, la ignorancia a veces es buena, te protege.
¿Qué le dirías a alguien joven que está sufriendo bifobia?
Que no haga caso, que sabe quién es. A mi generación también le sucedía. Ellos tienen más información, yo no tenía nada, todo lo que había estaba en inglés. Menos mal que Darío López escribió un libro sobre ser bisexual. Les diría que no están solos. La bisexualidad no está sola. Solo tienen que gritar que están aquí para que podamos ir en su ayuda. Y que se dejen llevar, que la vida no es blanco y negro, y que el violeta nos representa por algo. Estoy muy orgullosa de la Generación Z porque es una generación soñada. Tiene muchos problemas, pero es gente muy preparada. Lo único que tienen que hacer si necesitan algo es pedir ayuda. Que no lo duden.