“El activismo tiene que estar siempre, sobre todo, para la gente joven”

Marcos Dosantos (Tenerife, 1991) es politólogo, escritor y ex coordinador del Grupo Joven de la Federación Estatal LGTBI+. Durante su militancia activa, entre 2009 y 2020, se volcó en impulsar las Jornadas Jóvenes Sin Armarios y en posicionar el rol del Grupo en espacios como el Consejo de la Juventud de España.

Eres un referente del activismo joven, ¿por qué te iniciaste en el mundo del activismo?

No hay una respuesta única, fueron muchos los motivos. Por un lado, tuve un cambio de vida cuando tenía 18 años y me mudé a Madrid desde Tenerife para empezar la carrera. Hay que poner sobre la mesa el factor del séxodo: migré a la metrópoli por mi orientación sexual. Acababa de salir del armario y Madrid era una referencia para mí ya que la conocía de haber ido varias veces a visitar a mi hermana. Por supuesto, las cosas han cambiado y Canarias ahora es un espacio mucho más seguro, pero cuando yo emigré las diferencias eran mucho más fuertes.

Por otro lado, mi hermana había estudiado en la Complutense y una de las cosas de las que se arrepentía era no haber participado más en cosas de la universidad. Además, conocí a un chico que me habló del activismo. Él participaba en el Grupo Joven de la Federación, así que tuve un referente en mi entorno más directo. Acababa de llegar a Madrid, quería conocer gente LGTBI+, y dije, “vamos a probar”. Se dieron una pequeña serie de casualidades positivas que me decían que tocara a la puerta. Así que toqué y me quedé más de 10 años de mi vida.

¿Cuáles, según tu experiencia, son las principales dificultades a las que se enfrenta la juventud LGTBI+?

Hay una cuestión que nos atraviesa como juventud española en general y tiene que ver con la precariedad laboral y las dificultades de emancipación. Aunque hoy en día parece que ha mejorado un poco, sigue habiendo precariedad, lo que genera menos independencia y autonomía en las decisiones vitales. Yo tuve unos padres que me apoyaban y unas becas del Estado para poder desplazarme. Pero hay gente que no tiene esas posibilidades y que tampoco puede permitirse un ocio para conocer gente, así que el plano material sigue siendo fundamental.
Por otra parte, el retorno de los discursos de odio me parece muy preocupante. Hacía mucho tiempo que no percibía tanta tensión social hacia nuestro colectivo. Quizá fuera por la burbuja o por el positivismo, pero creía que estábamos avanzando y que Netflix y sus referentes estaban revolucionando nuestras vidas, que no íbamos a ir hacia atrás.

¿Es importante el activismo entre las nuevas generaciones de personas LGTBI+? ¿Por qué?

El activismo tiene que existir siempre. Siglos y milenios de desigualdades estructurales no se van a solucionar en dos décadas. Todos los movimientos que piden justicia social van a tener una tarea permanente. Otra cosa es que las agendas se vayan actualizando, el tono tenga que ser más proactivo y más guerrillero, que se adapte. Pero el activismo tiene que estar siempre y, sobre todo, para la gente joven.

A mí me cambió la vida, fue una escuela también en lo laboral, por las habilidades que adquirí, y una escuela de pensamiento. Esas décadas de implicación han configurado mi ser, me abrieron tantas puertas, me abrieron la mente. El activismo no es perfecto y tiene sus intensidades, sus contradicciones, sus egos y luchas de poder, pero como cualquier grupo humano que se junte.

No está todo ganado y todo se puede perder en cualquier momento. Que haya siempre una reserva de gente activa es fundamental porque si llega un momento en el que tenemos que alinearnos y defender alguna causa, el activismo LGTBI+ ya estará preparado para ello.

Y en lo micro, el activismo da muchos recursos útiles, muchas charlas. Siempre estaré orgullosísimo de las Jornadas Jóvenes Sin Armarios porque creo que es un espacio fundamental para muchas personas. Muchas personas LGTBI+ no tuvimos un campamento feliz y esas jornadas son ese campamento que se nos arrebató. Aunque creamos que seguimos avanzando, que lo hacemos, siempre habrá un lugar para la gente desorientada.

La juventud LGTBI+ es una parte de la cadena y tiene que mirar hacia atrás y asumir el legado, reconociendo y empujando y proponiendo cosas que, aunque sean incómodas, generen el seguir adelante. La sexualidad y la identidad son elementos inherentes al ser humano y cuando creamos que hemos solucionado nuestras principales reivindicaciones, encontraremos otras. Porque la sexualidad y nuestro género tienen pinta de que van a seguir siendo muy importantes para el 15% de la población que es LGTBI+, según las encuestas.

Fuiste coordinador del grupo joven de la Federación Estatal LGTBI+, ¿por qué crees que son importantes estos espacios?

En una clave más interna, es importante que la propia Federación tenga espacios internos de seguridad y empoderamiento. Igual que el feminismo tiene sus conversaciones ad intra que después elevan al conjunto. En el movimiento LGTBI+ es importante que los grupos identitarios tengan sus propios espacios para sentirse entre pares y, luego, puedan compartir con el resto. Ha habido distintos modelos de funcionamiento y desde mi experiencia, ha sido menos potente cuando menos espacios propios ha habido. Cuanto más espacios propios, más nutrido, más diversidad y más ganas de tirar para adelante.

Los espacios propios tienen que existir, sin caer en la tentación de la bunkerización, pero favoreciendo que nos empoderemos entre iguales para luego poder estar en disposición de tener una comisión más amplia.
Hoy en día lo fundamental es la T. Menos mal que tuvieron sus espacios para articular sus demandas. Lo mismo con las personas bisexuales, con los grupos de salud..etc. Segmentar, mientras sea propositivo, es una buena noticia porque al final sumaremos desde la diferencia y seremos más fuertes. Así, el Grupo Joven es importante porque el primer paso es sentirse parte de algo y el segundo es poder elevar la voz.

En 2022 publicaste tu libro Cuadernos del Subtrópico Norte, ¿hay algo de tu parte activista en él?

Es inevitable que se cuele lo vivido en lo que vas a escribir. Otra cosa es qué importancia le des, cómo lo estructures, etc. Mi yo escritor no tiene los mismos registros que mi yo activista. Mi yo escritor está más preocupado por la trama, los personajes, la estética. Lo que puedo aportar por mi trayectoria es la forma en la que escribo. He decidido inspirarme en quienes ya lo hicieron antes, como Patricia Highsmith, con El talento de Mr. Ripley, o Truman Capote, Virginia Woolf, etc.

Me gusta en la literatura intentar construir personajes LGTBI+ polifacéticos para los que el conflicto principal no es ser LGTBI+. Mi propuesta es universalizar los conflictos de las personas LGTBI+ en tramas que puedan leer todos los públicos. Ahí está mi legado activista: se traduce en exigirme que la realidad de los personajes LGBTI+ sea mucho más ambiciosa que su orientación sexual o su identidad de género y tratar de hacer de ellos personajes memorables y universales. Como dice Jordi Petit, “ser visibles hasta que seamos invisibles”. Escribo sobre personajes LGTBI+ y, a veces, tiene que ver con la trama, pero intento no estancarme en ese conflicto.

Eres una persona LGBTI+ visible, ¿alguna vez has sido víctima de homofobia? ¿cómo lo sobrellevaste?

En la infancia y juventud sufrí bastante homofobia en el colegio e instituto. Me llamaban “maricón” o “nenaza”, volvía del recreo y tenía la mesa pintaba y me señalaban sin ni siquiera saber de qué estaban hablando porque un niño de provincia no es que se esté enrollando con nadie, solo está ahí con su pluma. Esa homofobia no es la más agresiva, pero es una lluvia fina que te condiciona, sobre todo cuando eres adolescente, porque son edades en las que somos muy permeables. Eso empujó mi decisión de irme a Madrid y configuró mi personalidad en ese sentido.

En la edad adulta, menos, porque gracias al activismo he obtenido herramientas y empoderamiento. Te das cuenta de que hay personas que están años adelante, que dan charlas, discursos. Cuando tienes referentes vivos a tu lado, te cambia la dimensión y dices, “yo no me quiero amedrentar” y se acabó el niño de instituto.

Sin embargo, sí me he visto agarrado de la mano de mi chico y recibiendo insultos en plena calle o en un parking en Vallecas, donde un señor salió del coche en el que estaba con sus hijos y nos gritó “viva Franco”. Son situaciones surrealistas que suceden en grandes ciudades y te quedas paralizado.

La discriminación sigue existiendo, encuentra nuevas formas y estamos en un pulso constante ahora que los discursos de odio han retornado. Ya ni siquiera es esa LGBTIfobia “elegante” de la segunda década de los 2000, de “que cada uno que haga lo que quiera”. La LGBTIfobia “liberal”, de “yo no me meto en tus asuntos pero no vayas con la pancarta”. Ahora se acabaron los filtros y estamos ante lo que estamos. Y en los últimos años han llegado a mi entorno agresiones físicas, puñetazos en la calle, en pleno centro de Madrid.

Y ¿cómo he reaccionado? Pues dependiendo del contexto, de niño, tragando, con pocos recursos. De adulto, a veces paralizado, a veces respondiendo, a veces con rabia y a veces con activismo. Menos mal que siempre hay una retaguardia, una Federación Estatal LGTBI+ o una asociación local para apoyarte, porque esto puede ocurrir en cualquier momento.

¿Consideras que la entrada de la ultraderecha en las instituciones públicas españolas ha incrementado la sensación de inseguridad de la juventud LGBTI+?

Absolutamente sí, los discursos de odio están permeando y están incrementando la sensación de inseguridad. El odio está en el aire. Aparte de las cifras oficiales, que tienen que ver con el empoderamiento de ir a denunciar, hay un tema de clima, y de unos años a esta parte, el clima se ha enrarecido. E imagina el impacto que puede tener para un chaval bisexual de 16 años, de un pueblo de Cantabria, saber que han censurado la película de Buzz Lightyear en el pueblo de al lado.

Además, las redes sociales son indicativas y veo aterrorizado cómo ha cambiado el clima de Twitter en los últimos años. Antes era un espacio relativamente seguro, donde se mezclaba el humor, la política o las noticias de los medios convencionales. Ahora es una plataforma de discursos de odio especialmente exacerbada con las personas trans. Y aquí la generación Z es especialmente vulnerable porque son nativos digitales. Los millennials, quienes estamos transitando a la adultez, hemos visto la etapa pre-digitalización. Yo no tuve acceso a internet hasta los 10 u 11 años, había tenido tiempo de socializar en otros entornos. Pero ser nativo digital configura tu percepción del mundo.
Tiene cosas buenas y malas, y lo malo es, que si eres una chica lesbiana de 15 años que pasa 3 horas al día en redes sociales, te encuentras con que se han naturalizado discursos de odio contra tu realidad.

Según el actual Grupo Joven de la Federación Estatal LGBTI+, poder estudiar y trabajar sin sufrir discriminaciones y saber afrontar los delitos de odio son algunas de las principales preocupaciones de la juventud LGBTI+, ¿tienes algún mensaje para las personas jóvenes que sufren estas preocupaciones?

Que no están solos. Y que, aunque crean que no hay salida, que nadie les va a escuchar ni en su familia, ni en su instituto, siempre hay alguien dispuesto a escuchar. Porque el activismo sigue existiendo y sigue dispuesto a hacer justicia social, a abrir las puertas, dar recursos y a escuchar, porque está aquí para eso. Que no nos amedrenten, es nuestro derecho constitucional y humano desarrollar nuestra persona, ser quienes somos y desear como deseemos y nadie tiene que poner trabas. Hay razones para la lucha y motivos para la esperanza. Vamos a seguir peleando.