A pocos días de dejar la presidencia de la Federación Estatal LGTBI+, a Uge Sangil se le humedecen los ojos cuando recuerda cómo fue levantar la pancarta de cabecera del Orgullo después de una pandemia mundial y celebrar un Orgullo en plena campaña electoral. También al pensar en todas las personas que la han acompañado a lo largo de estos años. El augurio de una legislatura que iba a ser una luna de miel se quedó a años luz de la realidad, y su liderazgo ha estado marcado por una tramitación de la Ley Estatal LGTBI compleja, llena de bulos, discursos de odio y desinformación que situaron a las personas trans en el foco del debate. Aún así, la presidencia de Uge Sangil ha situado a España como un país líder en derechos humanos y que ha hecho historia en el ámbito LGTBI+.
Estás a punto de cerrar un ciclo como presidenta de FELGTBI+. ¿Qué supone este fin de etapa para ti?
Creo que ha sido un ciclo bonito, con muchas dificultades, pero al final gratificante. No siempre lo percibes en el día a día, pero si haces una retrospección, vez los logros que ha conseguido la Federación y te sientes orgullosa y tranquila. No solo en la incidencia política, donde hemos conseguido grandes avances como la aprobación de la ley LGTBI —que no son palabras menores—, o el impulso, junto a otras organizaciones, del Pacto de Estado contra los discursos de odio, que aunque aún no ha llegado a su fin, lo hará.
La FELGTBI+ se ha consolidado como un espacio de activismo federal donde las voces de todo el territorio se escuchan. Además, hemos consolidado una oficina técnica, no solo en en las personas trabajadoras, sino también en los procesos y en los programas que llevamos a cabo. La Federación ha crecido, también económicamente, gracias al impulso de programas como EMIDIS y Yes We Trans.
Por lo tanto, si hago un recuento, me voy con un balance positivo y satisfactorio. Me siento contenta y relajada, tendiendo la mano a la próxima ejecutiva para ayudar en la transición y en todo lo que necesiten. Me voy con satisfacción y alegría, sabiendo que nunca dejaré de ser activista y que, desde otros ámbitos, seguiré en la lucha por los derechos humanos.
Nunca dejarás de ser activista, pero, ¿cómo entraste en el activismo? ¿Cómo lo recuerdas?
Yo suelo lanzarme a las piscinas sin pensarlo mucho, soy muy intuitiva. Mi vida ha sido de tender la mano a la gente en distintos ámbitos. En realidad, comencé en el activismo LGTBI+ más tarde, ya que antes había hecho otro tipo de voluntariado. Empecé porque un compañero de Educación Social de la UNED me comentó que estaba formando un colectivo y me preguntó si quería unirme, y yo dije que sí. Éramos cinco personas, pero la persona que iba a ser la presidenta había desaparecido. Teníamos un borrador de estatutos y me empeñé en sacarlo adelante. Estábamos Luis, Kiko, Pancho, Mauri (que ya falleció) y yo.
Recuerdo que firmamos los estatutos en la tienda de Mauri, por donde pasaba todo el mundo, y ellos decidieron que fuera la presidenta de Algarabía porque era la única chica que realmente le ponía empeño. Era 2005, justo cuando se aprobó el matrimonio igualitario en España. Antes de eso, se celebró por primera vez en el país el Día Internacional contra la Homofobia y la Transfobia (nombrado así en ese momento), el 17 de mayo, y se presentó en Gran Canaria. Algarabía, la entidad, acababa de nacer, pero ya estábamos en contacto con otros colectivos, así que decidimos quién iría. Yo dije: «Mientras no tenga que hablar, voy», y lo presenté junto con mis compañeras. Justamente dejé la presidencia de Algarabía cuando el Tribunal Supremo no le dio el visto bueno al recurso de la vergüenza del PP. Así que casi empecé con el matrimonio en mi entidad base con el matrimonio y cerré la presidencia con el visto bueno del Tribunal Supremo.
¿En qué momento decides presentarte como presidenta de la Federación Estatal LGTBI+?
Hubo dos momentos clave. El primero fue una transición cuando Toni Poveda, expresidente de FELGTBI+, estaba terminando su mandato. A raíz de las crisis internas que nos ayudaron a crecer, por primera vez se presentó una candidatura alternativa. Boti García presentó una plancha, y yo presenté otra que, por suerte, no salió en ese momento por 30 votos. Creo que es sano que haya movimientos internos para generar cambios. Sin embargo, Boti tuvo la generosidad, al ganar ese Congreso, de invitarme a formar parte de su permanente. A partir de ahí, comencé a coordinar el grupo de educación en la comisión permanente.
Y en estos últimos 7 años, como presidenta de la Federación, ¿con qué retos te has encontrado?
Las TERFs, Carmen Calvo… (Ríe.) Creo que la aprobación de la ley ha sido muy dura, conseguirla fue doloroso también. Hay una frase que dice: «nadie ve las cicatrices que tengo en la espalda». Y al final, esa aprobación dolió mucho. Voy a nombrarlas, porque siempre he sido prudente y porque la historia debe mencionar a quienes se oponen a los derechos: Ángeles Álvarez, Isabel García, alguna iluminada… Eso fue en la primera etapa, y luego en estos años Carmen Calvo ha sido una de las personas que más piedras ha puesto en el camino. Hay un sector del PSOE que nos ha causado muchos quebraderos de cabeza. También ha sido brutal cómo el Ministerio de Igualdad liderado en la última etapa por Podemos, ponía trabas a la hora de avanzar con la ley.
Aunque socialmente se percibía un esfuerzo y decían “yo pongo el cuerpo”, quienes de verdad lo ponían eran las personas trans, que sufrían la exposición. Creo que ese Ministerio de Igualdad no supo proteger al colectivo trans, porque al final expusieron a las personas trans. Era una ley que se podía aprobar sin mayores dificultades, con los derechos que todos queríamos, pero hemos dejado fuera muchos temas. Recuerdo una llamada al Ministerio diciéndoles que quedaban por resolver los derechos de las personas no binarias, migrantes y menores, y la respuesta fue: «Nosotras hasta aquí llegamos». Creo que se podía haber hecho más, pero expusieron tanto a las personas del colectivo para su propio beneficio que no dejaron avanzar en derechos. Además, hubo varios momentos en el proceso en los que se puso en riesgo la ley, no con argumentos TERFs, pero sí con la estrategia que siguieron.
Pero me quiero quedar con lo positivo: la ley se aprobó. Al final, quien “puso el cuerpo” hizo el trabajo que debía hacer, porque para eso le pagamos todos los españoles, todas las españolas y todes les españoles, con «e». Me quedo con el grupo de trabajo, con la ejecutiva de la Federación, con la oficina de la Federación que trabajó muchísimo, pero sobre todo, me quedo con los activistas. Me quedo con Ana Valenzuela, presidenta de Chrysallis, y con José María Núñez, presidente de Fundación Triángulo. Las alianzas que construimos, las miles de reuniones que tuvimos, las noches, los días, la pandemia… Todo eso ha supuesto que tengamos una ley, mejorable, sí, pero una ley que nos permite seguir avanzando.
También hubo aliados y aliadas que estuvieron con nosotros en la lucha por la ley. Tuvimos aliados de Podemos que fueron fundamentales en ese momento, pero también gente del PSOE, sobre todo del sector LGTBI+ y de juventudes socialistas.
En una entrevista decías que “los símbolos del colectivo son los activistas que se dejan la piel y la sangre”. Y es que el activismo, y más si eres la presidenta de la ONG LGTBI+ más grande de España, también conlleva sacrificios. ¿Cómo lo has vivido?
Yo no lo llamaría sacrificios. Es una opción, una decisión que tomé sobre cómo iba a ser mi vida durante estos años. Lo que sucede es que dejas cosas atrás, como la familia. Por suerte, tengo una mujer maravillosa que participaba conmigo en la Federación y llevaba el grupo de políticas lésbicas, hasta que se cansó y dejó ese activismo, pero siempre ha estado apoyando. Aunque nos hemos descuidado un poco, la promesa de matrimonio la mantengo.
También es importante el tiempo. Durante estos 7 años, mis días de vacaciones los he dedicado a Federación. Si tenía que estar una semana o asistir al Orgullo, obviamente, lo cogía de mis días de vacaciones, porque el activismo es voluntario y gratuito. En cuanto a sacrificios… quizá viajes, pero no usaría esa palabra. Lo que más se pierde es el tiempo, el tiempo con la familia y el tiempo personal, pero decides hacer algo que tiene fecha de caducidad. Yo podría no haberme presentado la segunda vez, pero la ley estaba en medio. Tienes una fecha límite y después puedes retomar muchas cosas.
¿Puedes creer que, en 7 años viniendo a Madrid, a veces hasta 3 veces al mes, no he ido a un teatro o a un musical? Porque prefiero irme al hostal a dormir. Pero no pasa nada, ya habrá tiempo para recuperarlo.
Has encabezado siete orgullos estatales. ¿Qué ha supuesto esto para ti?
¡Ufff! El Orgullo es algo muy complejo. Creo que cada Orgullo ha tenido sus contratiempos, pero también sus glorias. He vivido unos Orgullos complicados, como el que se celebró durante la pandemia, cuando no podíamos salir a la calle, y nos inventamos un Orgullo virtual.
Quizá ese fue el más complicado, porque implicaba renunciar a las calles. Afortunadamente, encontramos a una gente argentina que contaban con una plataforma para organizar una manifestación virtual.
En cada Orgullo intentas que todo esté planificado y organizado… pero siempre hay dos partes. La interna, en la que quieres cambiar situaciones, y la externa. El Orgullo también tiene que reflejar y reconocer el trabajo de nuestras entidades; es como el premio a todo el esfuerzo que realizan durante el año. En el primer Orgullo en el que yo era presidenta, logramos devolverles a las entidades ese sentimiento de ser recompensadas por el trabajo que hacen en sus territorios. También tomamos decisiones importantes, como la de no llevar a políticos en la pancarta de cabecera hasta que la ley no estuviera aprobada. Fue una decisión consensuada, pero que suscitó un debate intenso, volviendo a un Orgullo más activista en el que se reconocía a los activistas de base y, especialmente, a los mayores.
Ese reconocimiento a activistas mayores fue una experiencia muy bonita. Ahora acaba de desaparecer de nuestra vida terrenal Armand de Fluvià, pero nos deja un legado impresionante. En ese Orgullo también estuvieron Jordi Petit, Beatriz Gimeno, Toni Poveda…Gente que ha llevado el activismo y los derechos del colectivo a donde estamos hoy.
Luego están las luchas externas, como la que tuvimos con el ayuntamiento. El primer año fue el fin del mandato de Carmena, y dejamos todo bien amarrado antes de las elecciones para facilitar las cosas. Pero luego llegó el Partido Popular, con una vicealcaldesa que parecía reinar solo para su mundo, como fue Villacís. Lo primero que hicieron fue quitar los carteles de Welcome refugiados en el Ayuntamiento y los que alertaban de la violencia machista.
Recuerdo con cariño las ruedas de prensa del Orgullo, porque fueron momentos cruciales en mi mandato para denunciar las injusticias. Aunque no tengo autonomía en lo que pasa en Madrid, porque mi cargo es estatal, en el Orgullo sí tengo esa autonomía para denunciar los atropellos de este ayuntamiento. En cada Orgullo no nos hemos amilanado ni hemos dejado de decir lo que teníamos que decir y denunciando lo que había que denunciar. Con un gobierno del PP donde la LGTBIfobia es latente, no podemos callarnos. Tenemos que aprovechar los altavoces que tenemos.
Otro aspecto que valoro de estos Orgullos es que han sido muy reivindicativos y políticos, algo que hemos recuperado. Hay una parte del Orgullo que es más cuestionable, sobre la que podemos debatir, pero entiendo que debemos seguir ahí para mantener nuestro Orgullo reivindicativo y político.
Guardo un cariño especial por el éxito del Orgullo en las elecciones generales del 23J de 2023. Creo que fue el gran mitin para las elecciones generales.
Has nombrado varios, pero ¿cuál es el mejor momento que has vivido como presidenta?
Para mí hay dos. El primero fue el primer año que volvimos a salir a la calle después de la pandemia. Para mí, levantar esa pancarta fue algo impresionante, un momento muy emotivo.
El segundo es una anécdota más personal. Yo trabajo con personas con discapacidad, y en este último Orgullo tuve una entrevista con un grupo de personas con discapacidad a las que invité a participar en la manifestación. Les dije que me buscaran en la pancarta de cabecera, y una de ellas, Margarita, apareció. Estuvo durante todo el Orgullo en la pancarta de cabecera. Para mí, Margarita ha sido una de las personas más importantes que ha pisado esa pancarta. Que me acompañara una persona con discapacidad, algo que nadie más sabía, pero que yo y la gente a mi alrededor, como las ministras a quienes presenté a Margarita, lo vivimos de una forma especial. Ella estaba alucinada, y ver su alegría, ella estaba flipando, su emoción, su participación, su atrevimiento para llegar hasta allí en medio de tanta gente… fue uno de los momentos más importantes de todos los Orgullos para mí.
¿Y el más amargo?
El escrache a Ciudadanos fue uno de esos momentos difíciles. No voy a entrar en si Ciudadanos se lo merecía o no, pero considero que empañó la manifestación, sobre todo por la preocupación y por la seguridad. El Orgullo es un evento que, por lo general, es seguro y no suele tener grandes contratiempos. De hecho, la policía siempre me llama al final de la manifestación para evaluar cómo ha ido todo, y para ellos, que tienen un gran dispositivo de seguridad, es uno de los momentos, según me lo han transmitido, más tranquilos de Madrid, a pesar de ser un evento tan masivo.
Sin embargo, esos escraches a Ciudadanos y al PSOE fueron momentos amargos, porque ensuciaba tanto la reivindicación como la celebración y desplazaban el objetivo reivindicativo hacia una pelea partidista. Es cierto que hay que criticar y señalar cuando se hacen las cosas mal, pero esos episodios empañaban el momento. Además, la actitud de los políticos en ese instante también dejó mucho que desear.
Pero lo que más me preocupaba era la seguridad de las personas que iban en la manifestación.
En siete años como presidenta, ¿has podido alcanzar los retos que se presentaron cuando empezaste como presidenta? ¿Qué ha quedado pendiente?
Hay algunas cosas que se me han quedado a medio camino. No se pueden alcanzar todos los retos, es imposible. Te pones unos objetivos y, aunque se han alcanzado bastantes, siempre queda algo. Personalmente, me queda la amargura y la espinita de no tener reconocido mi derecho a ser y nombrarme como persona no binaria.
En cuanto a la interna, aunque hemos logrado una mayor presencia en espacios exteriores, como Europa, y en ese sentido Óscar Rodríguez, el vocal de exteriores de Federación, ha hecho un trabajo maravilloso, siento que la parte de mejorar la visibilidad de la FELGTBI+ fuera de España, aunque ha avanzado, no ha llegado a culminarse del todo. Lo mismo con la parte de cooperación, que no se ha desarrollado tanto como me hubiera gustado.
Espero que los intereses de la nueva ejecutiva incluyan estos temas, y si no, lo importante, es crecer en Derechos.
Durante estos casi siete años, la ultraderecha, se ha producido un auge de la ultraderecha. ¿Cómo lo has vivido?
El ascenso de la ultraderecha en estos años ha supuesto un reto, pero también una mirada al frente y decir: «Aquí estamos, no nos vais a convencer». Creo que no debemos perder la memoria, debemos mirar hacia adelante y no escondernos, y hacer frente a los discursos de odio que la ultraderecha lanza hacia el colectivo LGTBI+ y otros colectivos vulnerabilizados.
¿Qué ha supuesto para ti y para el colectivo?
Para mí, ha sido un reto personal, y para el colectivo también.
En mi caso, se trata de mirar hacia atrás, de mantener viva la memoria histórica, pero también de dar un paso al frente. Creo que ese paso lo dimos en el Orgullo de 2023, con las elecciones del 23J, utilizamos nuestra mayor herramienta: la visibilidad. Ahí dijimos “nos van a escuchar, vamos a estar de frente y vamos a conseguir un mundo mejor. Los derechos humanos están por encima de cualquier ideología”.
Ha sido un reto para el colectivo LGTBI+ y para toda la sociedad. Los bulos se expanden con mucha facilidad, poniéndonos a todas en el punto de mira. Es un reto para todas no volver a los armarios, no volver a escondernos, no volver a que nos fusilen. Pienso que no vamos a repetir la historia, no vamos a volver a ser otro Lorca. Nos tendrán enfrente, resilientes, defendiendo nuestros derechos.
Como cabeza visible del activismo, sobre todo durante la tramitación de la ley, has estado expuesta a mucho discurso de odio, ¿cómo hacías frente a ello?
No usando las redes sociales. Si alguien revisa mis cuentas, verá que apenas publico. Cada vez las utilizo menos, porque hay mucho discurso de odio. Aunque mantengo mis perfiles activos, no participo en esa «sangría». Creo que hay que ser inteligente en ese sentido. Es algo que va en el cargo, no en el sueldo que no tengo, pero sí en el cargo.
Lo que me duele más es lo que han sufrido otras personas debido a la exposición, sobre todo quienes no tienen las herramientas para enfrentarlo. Pienso en algún chiquillo, chiquilla o chiquille que está en su casa, donde nadie le entiende, y que escucha barbaridades todos los días en redes sociales. Han sufrido más que yo.
A veces, estás tan inmersa en avanzar y lograr cosas, te sacudes el peso de estas situaciones. Quizás lo note más cuando deje la presidencia, cuando baje el nivel de estrés y me dé cuenta de las cosas que he ido tapando para poder seguir adelante. En general, me duele más pensar en la gente que lo ha pasado mal que en lo que yo misma he vivido. Al fin y al cabo, aunque ser presidenta de una Federación conlleva mucha soledad, he tenido un equipo que me ha apoyado, una familia que me ha respaldado, mi madre ha empezado a entender todo esto hace poquito, pero ahora se siente orgullosa de mí.
Lo que más me duele es pensar en aquellas personas que han sufrido y no han tenido ese apoyo.
¿Qué te gustaría decirle a esa gente?
Estamos aquí, y es importante que busques en su lugar a las entidades que trabajan por los derechos LGTBI+, que se arropen con sus iguales. El colectivo LGTBI+ ha resistido y tiene un poder de resiliencia enorme porque hemos sabido encontrarnos entre nosotras. Desde tiempos inmemoriales, hemos tenido nuestras puertas a las que tocar, nuestras contraseñas que decir, y nuestras miradas que nos acogen.
Juntémonos con nuestros iguales, hablemos, compartamos, porque todas las personas del colectivo, de una forma u otra, hemos vivido la homofobia, la bifobia, la lesbofobia, la transfobia. Aunque nuestras historias y procesos sean distintos, hay algo que nos une: ser diversas, ser únicas. Y aunque la historia de cada una sea distinta, hay algo en común: el dolor causado por la LGTBIfobia. Ese dolor lo tenemos que compartir con los demás, porque hacerlo nos va a sanar.
Para combatir la LGTBIfobia, no hay mejor herramienta que sanar nuestra propia LGTBIfobia interiorizada, esa vergüenza, los complejos de inferioridad, los dolores callados, los amores perdidos… Todo eso genera malestar, y lo importante para nuestra salud mental es juntarnos con nuestros compañeros, compañeras y compañeres de vivencia para hablarlo. Eso le diría: que busque a sus iguales, que no perdamos el rollito de tocar esas puertas y decir lo que tengamos que decir, porque eso nos salva.
El activismo es duro y más durante la tramitación de una ley compleja, ¿pensaste en algún momento tirar la toalla?
En serio, no. Aunque hubo momentos de debilidad.
En una entrevista dijiste que “cuando tienes compañeras en todo el territorio que creen en lo que estás haciendo, aunque tengas ganas de tirar la toalla, sigues adelante”. ¿Qué ha supuesto para ti este respaldo?
El motor es saber que tus compañeras están ahí, que no estás sola. Eso es lo que realmente impulsa, porque no soy una superwoman ni tengo todas las respuestas. Soy una persona de carne y hueso, con corazón, entrañas, defectos y virtudes. Lo importante es rodearte de un equipo que responde, porque sabes que no estás sola. Al final, eres solo una parte más del puzzle.
Hace poco en Ibiza decía que el activismo es como las torres humanas, los castells, donde si no hay buenos cimientos, nadie puede llegar arriba. El activismo no es una persona que esté liderando, es mucho más. En la Federación, pronto habrá otra persona al frente, y eso no es un logro de una persona o de otra, sino un logro de toda la organización. Por eso, no tirar la toalla es esencial, porque sabes que el colectivo y las entidades están contigo, te apoyan y hacen que no vayas sola.
Nunca he pensado en dimitir, aunque a veces he tenido momentos de «madre mía, en qué me he metido», pero cerrar la puerta nunca fue una opción real. Cuando estás de bajona no tiras la toalla porque sabes que es un tema colectivo, y si un día no puedes tirar, pueden tirar los demás.
¿Quieres recordar a alguien que te haya apoyado especialmente?
No voy a destacar a nadie más, porque creo que sería injusto. Seguramente, dejaría a algunas personas fuera, y eso no sería justo.
En breve habrá otra presidencia, ¿qué mensaje te gustaría lanzar a la futura presidencia de la Federación?
Que sea lo que quiera ser y que luche. No quiero dar consejos. Antes de asumir la presidencia, en el último consejo federal, el secretario de organización de ese momento, Santiago Redondo, dijo que la próxima ejecutiva iba a vivir una «luna de miel» porque pensábamos que en ese momento se aprobaría la ley, pero se quedó a pocos meses. En realidad, no fue una luna de miel, fue una maldición, porque en estos años, tenemos material para escribir un libro.
No quiero dar consejos, pero confío en que la persona que me suceda sea auténtica. Sabemos que hay una candidatura, que es una mujer lesbiana, joven, con criterio, y le deseo todo lo mejor. Lo único que le diría es que no pierda la fe en sí misma.
Además, quiero que sepa que estoy aquí para lo que necesite, si es que me necesita; si no, tampoco hace falta. Le diría que la transición será bonita y generosa, porque hay que saber irse de los sitios.
¿Y a las entidades federadas?
Que sigan, que no pierdan el impulso. El trabajo que se realiza en los territorios es importante y debemos seguir remando en la misma dirección. Creo que, además, el futuro, en cuanto a derechos, peligra. Siempre lo he dicho, y es un lema de la Federación y de Pedro Zerolo: los derechos se logran, se conquistan y se defienden. No podemos dejar de defenderlos. Sigamos trabajando por los derechos humanos y no decaigamos.
¿Con qué retos nos encontramos ahora?
La implementación de la ley y la lucha por los derechos aún no alcanzados en esta tramitación, como los de las personas no binarias, migrantes y menores, son un reto importante. También creo que otro reto es la pedagogía social. Tenemos que hablar con la sociedad, acercar nuestras realidades a nuestros hermanos, amigas, familia, al panadero, al albañil, al ejecutivo, a toda la sociedad.
Creo que se ha cometido una mala praxis en el trámite de la ley que ha perjudicado mucho al imaginario social del colectivo. Un reto fundamental es llevar y contar quiénes somos, cómo somos, cómo nos identificamos y cuáles son nuestras identidades al conjunto de la población. Esa es la verdadera pedagogía social.
En este portal de Referentes LGTBI+ siempre preguntamos “quién ha sido tu referente”, y varias personas te han mencionado a ti. ¿Qué supone ser referente?
Es una responsabilidad, pero quizás por un complejo de inferioridad, yo no me veo como un referente; me veo como una más. Yo tampoco tengo referentes, sino que tengo y nombro personas que han sido piedras fundamentales en el activismo, que son piezas clave del puzzle, pero no las únicas. Creo firmemente en el trabajo colectivo. Me da miedo ser considerada referente de algo, porque estoy segura de que he cometido errores, muchos, miles.
La historia no se construye con una sola persona, sino con el conjunto de todas las personas. Y se construye de manera positiva a través de la colectividad.
Y por último: si pudieras decirle algo a la Uge que fue escogida presidenta de Federación por primera vez, ¿qué le dirías?
Ya me lo digo: vete orgullosa.
Si pudieras definir tu experiencia como presidenta de FELGTBI+ en una palabra, ¿qué palabra elegirías?
Activismo.